La Princesita piensa como reina y su carcajada resuena en todo el bulevar del distrito de Los Olivos, ahí donde tiene un local que pergeña su nombre: Princesita de Yungay, una pared azul, dibujos de cabezas clavas para más señas. Ahí vive algunos días a la semana; los otros, en San Roque, al otro extremo de Lima. Así divide su vida.
Hace 45 años fue una de las iniciadoras del Festival Ancashino. Angélica Harada ahora piensa en “el legado”: “Hoy estamos aquí hablando; mañana, ya no. Eso es la vida. Hay que estar bien preparado.” La artista ancashina ha producido el tercer volumen de Cofre de Oro, colección dedicada a danzas y pasacalles de su región. Son 16 canciones “con artistas de hoy”.
El CD es tribuna para seis artistas jóvenes, tres varones e igual número de damas, que cantan pasacalles, acaso el ritmo estelar ancashino. “El contenido de cada obra que se ha incluido en este disco es algo bello que tenemos en el departamento de Áncash: nuestras lagunas, paisajes, también de la Costa, nuestro mar. Y no lo tiene cualquiera, ja, ja, ja”, dice la artista de 78 años, quien debutó en 1960 en el Coliseo Nacional, en La Victoria, Lima, y desde entonces no ha parado de cantar.
“Yo soy una orgullosa ancashina”, dice, aunque queda sobreentendida la frase en esta artista, a quien decían los empresarios, “la japonesita con alma de chola”, y que nació en la campiña de Shacsha, provincia de Yungay. Partió de Yungay horas antes del terremoto de 1970. “Voy a Áncash siempre, cuando pasa la temporada de lluvias, pero no a Yungay, ahí ya no me queda nada”, cuenta.
–¿Y usted no canta en el disco que me anuncia?
–En una canción, no más. Como ya estoy en los descuentos de la vida, quiero promover la música ancashina en estas voces jóvenes. Quiero darles la oportunidad. Ellos cantan temas muy bonitos como “Chavín”, “Pastoruri”.
A su memoria vienen ciudades y pueblos de la Costa, Sierra y Selva, donde llevó su música. Para ella, cada departamento del país “tiene su círculo”, pero está segura de que “la música ancashina no puede morir, porque aquí, allá y en todo el mundo encanta”, dice, y enumera esos clásicos huainos, pasacalles, chuscadas: “Mujer andina”, “Huascarán”, “Llanganuco”, “Río Santa”, “Quisiera quererte”, “Cumbres del Huascarán”, y más.
“Todos esos huainos son conocidos y nunca pasan de moda. Y uno puede cantarlos cuantas veces quiera”. Si bien se siente cómoda en todos los géneros musicales, su predilección son los pasacalles. Su “carta de presentación” en todos los entarimados del mundo es “Soy peruano”, con el que ha viajado a Francia, Italia, Estados Unidos y Japón (en dos oportunidades).
Recuerdos de Japón
Harada es una nisei (descendiente de japoneses) sobresaliente. La revista Kaikan , de la Asociación Peruano Japonesa, la consideró entre los personajes del año 2016. Pero es la única nisei que canta huainos. “Tenemos hermosos cantantes peruanos descendientes de japoneses, tanto hombres como mujeres, pero cantan otros géneros”, dice sin ocultar la tristeza.
Recuerda esos dos viajes al país de su padre, ya como artista consagrada. “Yo sé que los japoneses no me entendían, pero me aplaudían, ja, ja. Yo me dije, ¿no se habrán equivocado de artista?”. Conoció el pueblo de Miyano, en la prefectura de Fukuoka, al sur de Tokio, en ceja de montaña, una tierra de mandarinas, de donde salió su papá para emigrar al Perú”.
Allá conoció a otro nisei colosal peruano: el compositor ferreñafano Luis Abelardo Takahashi Núñez (1926-2005). Lo recuerda como un hombre con mucha melancolía, estaba deseoso de volver al Perú, no se sentía feliz en el país del Sol Naciente.
Otros géneros
A la señora Harada le agradan los boleros, los pasillos, mas dejó de lado sus gustos para dedicarse a investigar la música andina. Tenía que hacerlo bien, no ser solo “la nisei que canta huainos”, sino saber hacer con calidad, zapatear mejor, pasar la prueba exigida por el otrora Instituto Nacional de Cultura para subirse a las tarimas de los coliseos. Por eso ella interpretaba solo fuera de escenarios los “porros”, suerte de cumbia folclórica colombiana. Su favorito era “Teresita”, y me la canta a capela, con mucha cadencia, pero nunca se animó a grabarlo. “No sé si me criticarán o aplaudirán, a la vejez viruelas, mira cómo graba estas cosas, me dirían”.
Lo que desea es empezar en mayo la grabación de un disco, que espera sea el último. ¿Por qué el último, Princesita? “Es que cuesta mucho. Hay que juntar mucho dinero para hacer la producción”.
En otras realidades una maestra folclórica de su categoría no debería de preocuparse de esas nimiedades, pero desde que murieron las disqueras los grandes artistas quedaron huérfanos, y solo la autoproducción permite la vigencia.
Celebración diferente
Este año cumplirá 57 de trayectoria. Pero no repetirá el plato en el Gran Teatro Nacional de Lima, como el año pasado, cuando mostró lo mejor del universo peruano y también una delicatessen de danza japonesa. Fue uno de los mejores espectáculos, mostraba orgullo de las dos raíces de la intérprete.
Pero ha dicho, “no, gracias”, porque el concierto fue su gran dolor de voz: demasiada inversión y “muchas candideces para que le den la calificación del Ministerio de Cultura; o la autorización de la Municipalidad de Lima, que nos dieron el mismo día. Ojalá, con el nuevo ministro, cambien esas cosas”, ruega.
–¿La música le ha dado una vida feliz?
–Claro que sí, por eso que estoy contenta. Uno canta de tristezas, de alegría, de su pobreza, de las riquezas del Perú… Todo el canto trae muchas cosas buenas.
Aunque ahora dice que su salud “es como el cóndor: la gente de mi época ya somos cóndor, con dolor, me duele la pierna, el hombro, la otra rodilla, pero al momento de subir al escenario, se va todo”.
El escenario es su elixir. Y continuará cantando en su local cada fin de semana.
19 longplays,
2 discos de carbón, 39 discos d e45 r.pm., son parte de su larga discografía.
José Vadillo Vila
jvadillo@editoraperu.com.pe
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